Aquellos años en Quetzaltenango fueron fructíferos, no sólo porque las excavaciones en Salcajá dieron resultados de gran interés, sino por la estrecha convivencia con los mayas. En el altiplano de Guatemala y de Chiapas se concentran la mayor parte de las subetnias mayas de hoy, y el mayor número de idiomas mayances todavía hablados. Nombres sonoros, como quichés, cakchiqueles, tzutujiles, tojolabales, ixiles, mames, quekchíes, pokomchíes, hacen referencia a gentes que han conservado la tradición prehispánica en muchos de sus hábitos de vida, y no es raro ver a algunos indígenas haciendo ofrendas a sus dioses ancestrales, o tejiendo o cultivando como lo hicieron sus antepasados hace quince o veinte siglos.
Algunas noches, terminado el trabajo, nos subíamos al jeep y partíamos camino del océano Pacífico, de la costa, del pueblo de Champerico, distante algo más de 50 kilómetros. Una bajada fortísima, porque se pasaba en una hora de 2200 metros de altitud al nivel del mar. Los camarones de Champerico nos tenían fascinados, y esas gambas con rica cerveza valían sobradamente el esfuerzo. Un esfuerzo que entrañaba ciertos riesgos, pues a veces las formidables tormentas tropicales de verano sembraban el camino con centenares de rayos, en un espectáculo dantesco que podía tensar los nervios del aventurero más pintado
martes, 22 de julio de 2008
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