Una visita al Ecuador en 1970 nos permitió descubrir un bellísimo país con una arqueología poco y mal conocida pero de un sorprendente interés. Nos propusimos hacer del Ecuador el terreno para un nuevo proyecto arqueológico. Durante el recorrido nos pareció que la costa norte, famosa por el yacimiento de La Tolita, del que habían salido miles de objetos de oro y platino, casi todos producto del saqueo, pero carente de investigaciones en profundidad, era el lugar ideal. En efecto, establecimos el campamento en la ciudad de Esmeraldas, en el centro de un paisaje variado con población indígena como los cayapas y población negra, predominante en la costa misma, con la intención de explorar en un radio de unos 50 kilómetros y excavar en los sitios más prometedores. El resultado fueron siete años de trabajo intenso, con excavaciones en Balao, Atacames y otros puntos, y una gran cantidad de datos que fueron publicados casi en su totalidad: varias tesis doctorales, volúmenes del Ministerio de Asuntos Exteriores, bastantes artículos y una laguna en el mapa cultural prehispánico rellenada de forma digna.
Mientras estábamos trabajando en Esmeraldas, en 1974, surgió la posibilidad de excavar de nuevo en los Andes, en Ingapirca, un sitio de la etnia cañari colonizado por los incas. Allí nos fuimos algunos miembros de la Misión Española. Ingapirca no es el edén tropical costero, está a más de 4000 metros de altitud, sin ninguna comodidad, mucho frío y durísimas condiciones de trabajo. Durante dos temporadas hicimos una buena labor, excavamos y restauramos monumentos significativos como El Castillo, descubrimos importantes tumbas y se realizó la primera tipología cerámica sistemática. Cuando el domingo llegábamos a Cuenca, la vecina ciudad, en el destartalado jeep, pasábamos horas en la bañera con agua caliente, y otras tantas sentados a la mesa del excelente restaurante del hotel.
sábado, 12 de julio de 2008
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