El trabajo de la piedra en la América precolombina es uno de los temas preferidos de los aficionados a los misterios de la arqueología. Uno no se explica cómo los olmecas de Veracruz y Tabasco pudieron llevar desde la Sierra de los Tuxtlas esos inmensos bloques de piedra con los que luego se labrarían las célebres cabezas colosales, ni es lógico que con herramientas de la Edad de Piedra se pudieran levantar moles formidables como el Templo del Sol de Teotihuacán, la Pirámide de Cholula o el Templo IV de Tikal, o la cada vez más sorprendente Acrópolis de Toniná. Y si nos vamos al Perú podemos volvernos locos elucubrando con los medios que tenían los incas para hacer Sacsayhuamán, en las afueras del Cuzco, con piedras tan gigantescas, o la manera en que lograron alzar terrazas de cultivo en lugares inverosímiles a lo largo y ancho de la cordillera de los Andes. Igualmente, los turistas se quedan perplejos cuando se les muestran los sillares de once ángulos que encajan sin mortero en las antiguas construcciones de la capital del Imperio precolombino más grande, el Tawantinsuyu.
En fin, los canteros indígenas, los picapedreros, los arquitectos y albañiles de aquellas civilizaciones asombrosas poseían secretos extraordinarios sobre su arte, y los arqueólogos nos esforzamos ahora por desentrañarlos, trabajo difícil pero fascinante.
jueves, 20 de mayo de 2010
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